17.10.2007 Media vuelta al mundo

17 octubre 2007 a las 12:42 | Publicado en Empezamos | Deja un comentario
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1 de septiembre. Navegando hacia  Fiji, pasamos por el contra meridiano de Barcelona. Ya llevamos media vuelta al mundo. Oe oe oe oe….

 Ese día fue un gran día. A partir de ese instante, empezábamos a acercarnos a BCN y dejábamos de alejarnos como habíamos estado haciendo hasta ese mágico momento.

Además, fue mi cumpleaños. Lo celebramos con un buen plato de lentejas y la última cerveza de Panamá. Todo ha quedado registrado en mi cámara, incluso la traza del Talula acercándose en el GPS, a ese punto negro en medio del océano.

Ese día, que fue especialmente intenso por tantos acontecimientos, dejábamos también atrás la denominación Oeste para empezar a decir Este a nuestra latitud. Y que más pasó, pues que cuando me levanté, me encontré con un regalo envuelto en un papel de palmeras y de tacto muy suave. Lo adiviné. Un pareo de Moorea. Bonito, dulce y lleno de flores del Pacífico pintado a mano en un fondo violeta. Me encantó.

Pero volvamos a Tonga. Los últimos días en Vava’u fueron agitados y el tiempo no acompañó demasiado. Nuestra idea era bajar hacia el sur y visitar el siguiente grupo de islas llamadas Hapai pero el viento soplaba muy fuerte cada día de esa dirección,  por lo que abandonamos esa idea para cambiarla por una que, con la distancia, creo que fue mejor. Visitar el grupo del norte.

Tras una cena tongana a base de diferentes tipos de carnes cocinados en un horno

que construyen en un agujero en la tierra y que rellenan posteriormente de cenizas y lo cubren todo con los alimentos envueltos en hojas de plátano, de diferentes danzas protagonizadas por las niñas y niños del poblado, de beber cava (la bebida tradicional melanésica) y todo muy bien ejecutado para los turistas, abandonamos Tapana y regresamos a Neiafu para hacer la salida vía Niuatoputapu.

Partimos una mañana al amanecer después de fondear en una preciosa isla llamada Mala. El inicio fue bonito, con resoplar de ballenas incluido hasta que llegó la hora del desayuno. Decidí cocinar huevos con tocineta para hacer más tarde una comida merienda cena y listo. Mala elección. Entre el movimiento del barco y el posible mal estado de un huevo, pasé dos días terribles.

La travesía fue rápida. Llegamos al amanecer a un escenario propio del Pacífico. Una isla rodeada de arrecifes, con un paso estremecedor por lo pequeño que era, y otra isla en frente, coronada por un volcán de formas perfectas.

Ya en la laguna, nos encaramos al volcán para pedirle permiso, y una vez concedido, echamos nuestra ancla en un buen fondo de arena.

Por la noche fuimos todos los barcos a cenar a casa de Cia. Cena tongana a base de cerdo (todo el poblado está lleno) y de pescado macerado con leche de coco: más de lo mismo.

El domingo fuimos a misa y sus gentes nos acogieron con cariño y simpatía. La misa transcurrió en un ir y venir de la sacerdote que no paraba de llorar, reír y regañar en un aparente perfecto tongano. Las personas asentían y los extranjeros, agachábamos la cabeza por si el tema fuese también hacia nosotros. Cuando acabó, salimos todos y nos saludamos. Luego, por petición de una chica y ella pensando que tenía una impresora en el barco, fui a hacer fotos a una niña que celebraba su primer aniversario. Al decirle que no llevábamos impresora, ella nos contó que en la isla, el único ordenador que había, estaba en el edificio del gobierno y que éste se encontraba en el segundo poblado a unos 5km del que estábamos.

 Al día siguiente, en compañía del marido de otra señora y en un coche destartalado que nos dejó tirados a un par de kilómetros después de haber partido, llegamos al Gobierno en otro coche y en compañía de Lucy y Bonnie, dos chicas la mar de simpáticas y que no paraban de preguntarnos cosas sobre Neiafu –la gran capital para ellas y en la cual, nunca habían estado-.

Una vez en el Gobierno, nos encontramos con Cia. Mientras esperábamos que la señora de inmigración acabase con el ordenador, estuvimos mirando el libro de registros navieros. Cómo anécdota os puedo contar que, desde 1994, no ha pasado ningún barco de nacionalidad española.

Una vez el ordenador estuvo disponible, la señora nos cedió su asiento ya que ella no se veía capaz de hacer las copias en papel de las fotos. Ya ven, sentados en una oficina oficial y haciendo copias para llevar a la madre y abuela de la niña que esperaban impacientemente. Foto en mano, volvimos caminando y aunque caía un sol de justicia, pudimos disfrutar del paisaje de la laguna en marea baja,

abarrotada de cerdos comiendo cangrejos y de las cabañas de paja que están diseminadas por toda la isla y que son sus hogares. Hogares que además están dividido por secciones. Cada cabaña es una parte de la casa. Por un lado están las habitaciones, por otro el baño y la cocina. No hay comedor. A la hora de comer, extienden una estera y sentados en el suelo, comen en un plato y con las manos.

Y así pasaron los días, entre paseos por la montaña, trabajos en el Talula y esperando un buen parte para dejar estas islas y llegar al norte de Fiji.

Una vez en Fiji, llegamos a Savusavu. Estuvimos una semana esperando que el mal tiempo pasara para continuar hacia el sur. Visitamos la ciudad de Lambasa. Fue un trayecto de 3 horas. Cruzamos altas montañas, zonas de sembrado de caña de azúcar (es la principal economía del país)  y precipicios que daban al mar. Todo esto amenizado por un autobús que no llevaba ventanas por lo que debías de ir con tú chubasquero en caso de lluvia y con un gorro en la cabeza para no acabar lleno de piel de cacahuetes en el pelo ya que es lo que van comiendo todo el mundo en el autobús.

Con el tiempo más tranquilo, nos fuimos al sur. Los trayectos eran solo de día ya que estas aguas están repletas de arrecifes. Los planes de navegación eran exhaustivos y cansados pero valía la pena esforzarse, ya que como he dicho, esta aguas son muy peligrosas.

Así pasaron 5 días de navegación inmejorables hasta llegar a Lautoka. Semana de locura. Busca gas, pintura para el barco, compra provisiones ya que Fiji, es el país más barato del Pacífico, recambios para el Talula, inspecciona la marina ya que  ésta, pudiera ser un buen lugar para pasar la época de huracanes y búsqueda del billete de vuelta a España para Navidades.

Total, se hizo todo y tomamos una decisión:  pasar la época de huracanes en Nueva Caledonia en compañía de nuestros amigos del barco Mali Mali, con quien Joan Antoni, hace 7 años abandonó por primera vez  BCN para empezar a “Voltar-la”.

Tras abandonar Lautoka, empezamos a navegar las islas del norte de Fiji (Yasawa Group). Aquí, hemos disfrutado de sus gentes y realizado el Sevusevu cada vez que parábamos en un poblado. En Fiji y Vanuatu, cada vez que llegas a un nuevo fondeo y bajas a tierra, debes pedir permiso a su jefe y éste, a través de una ceremonia donde nosotros le obsequiábamos con cava de Niuatoputapu (muy apreciado por esta zona ya que la raíz crece en el volcán), él nos daba las gracias (vinaka) y nos aceptaba en su poblado.

En la isla de Naviti, después del sevusevu, fuimos invitados por una familia a disfrutar de su comida que consistió en algas que recolectamos previamente aprovechando la marea baja,

 de pescado que pescó Bill y de fruta del árbol del pan cocinado con leche de coco previamente rallado por la mañana mientras hacíamos las presentaciones.

Todo riquísimo. Lo comimos sentados en el suelo debajo de los cocoteros, en frente de la orilla y luego disfrutamos de una sobremesa estirados allí mismo y contemplando el mapa del mundo de Bill que se caía a trozos.

Al día siguiente, les llevamos un celo para que su mapa, tan preciado por Bill, durara 20 años más.

De Naviti, pasamos al famoso Blue Lagoon. Digo famoso, ya que aquí se grabó, la película “El Lago Azul” protagonizada por Brooke Shields y rodada íntegramente en este escenario que ahora está lleno de resorts, de mucho tráfico marítimo y de turistas australianos y neozelandeses (básicamente), que durante las noches, gritan y gritan alrededor de un fuego y que a estas alturas, desconozco la causa de tanto griterío.

A pesar de todos estos inconvenientes que conlleva el turismo (y yo me incluyo), Blue Lagoon, es un lugar especial, lleno de pequeños rincones encantadores y de poblados, donde el auténtico espíritu fijiano, prevalece inmutable.

Abandonamos estas aguas una mañana a primera hora, para empezar el camino hacia el siguiente país: Vanuatu. Tras un alto en el camino para hacer noche, al día siguiente, cuando rompió el alba, levantamos la mayor para dirigirnos hacia un paso donde dejábamos atrás todos los arrecifes y entrábamos a mar abierto. Esta transición duro media mañana y empezó pasando por un bajo que no vimos a tiempo y que una vez dentro, no sabíamos como salir y aún menos, donde acababa. Una vez más, con los nervios a flor de piel, quedó medio metro de agua por debajo de nuestra quilla. Uuuufffff: fue de un pelo.

Y así, con los ojos puestos en el horizonte (las cartas de navegación no son fiables y la zona por donde pasábamos, no está estudiada), llegamos al paso que bautizamos con el nombre de “Talula Passage”.

Una vez fuera de peligro, el viento arreció y Talula “cabalgó” sin descanso durante 3 días hacia la isla de Tanna.

Llegamos otra vez al amanecer. La entrada no ofrecía ninguna dificultad. Ahí nos esperaban nuestros amigos canadienses del Nerissa K. Nos indicaron donde echar el ancla. El escenario era magnífico. Estábamos rodeados de una playa de arena negra y de chimeneas de humo procedente de agujeros volcánicos.

Al atardecer y después de un baño regenerador y de un intento de siesta frustrado debido a tanta mosca pululando, Nerissa K, nos preparó una excursión al volcán Yasuf (Dios) que está activo.

Subimos todos a una furgoneta. Al cabo de pocos minutos, cruzábamos un poblado. Sus gentes, bailaban y cantaban  en medio de sus casas que no son más que cabañas de hoja de palma. Alrededor, todo era selva.  Por el camino (no hay nada asfaltado ni hay tendido eléctrico), intuías millones de ojos observándote. Todo olía a húmedo y a fruta dulce.

Cuando llegamos, el sol se estaba yendo. El viento era fuerte y frío. El escenario sencillamente dantesco.

Llegamos a la cima del volcán. Éramos muchos los que contemplábamos el escenario: inmensas nubes de gas emergían a borbotones del “infierno”. De repente, hubo una gran explosión: el aire se llenó de partículas incandescentes que al ir cayendo la noche, parecían demonios rodando posteriormente por la ladera. Todo quedó en silencio. Ni siquiera respirábamos. Nuestros cuerpos se balanceaban. Algunos nos arrodillamos para sentir más cerca a Tanna (tierra) y para rendirle nuestros respetos.

Todavía anonadados, regresamos a la furgoneta y nos volvimos a adentrar en la selva. No recuerdo casi nada.

Ya han pasado dos semanas en Vanuatu.

Después de Tanna y de disfrutar esta isla haciendo excursiones con Nerissa K y otro barco que conocimos en Panamá, nos hemos ido todos juntos a la siguiente isla: Erromago.

Al día siguiente de la llegada, bajamos a un pequeño poblado que hay a la vera de un río para hacer nuestras presentaciones a su jefe. Éste nos acogió con cariño y nos enseñó los lugares más destacados de Erromango. Entre ellos, está la tumba de un misionero que cuando puso los pies en tierra, los aborígenes lo mataron y se lo comieron sin tener tiempo el pobre hombre de decir: esta boca es mía.

Parece ser que anteriormente, el capitán Cook ni siquiera pudo desembarcar por temor a acabar sus días como el misionero de Erromango.

En fin, es curioso tener esta información ya que estas gentes, es para mí de lo mejor del Pacífico: amables, educados, políglotas, orgullosos de no haber sido conquistados por nadie, respetuosos y siempre dispuestos a echarte una mano.

De hecho, llevo dos días subiendo al río para lavar ropa y las mujeres me acogen con cariño y con naturalidad.

Los niños se ponen a mi lado y me ofrecen su ayuda. Me cantan, me hablan, me preguntan, se ríen, me enjabono con ellos y me frotan la espalda. Mientras tanto, un pececillo me mordisquea el pie; una vaca muge detrás de mí y un grupo de mujeres se frotan sus enormes cuerpos semi desnudos mientras lavan la ropa. Anita me ayuda con las piezas más grandes (es una adolescente de 17 años). Le gusta la pulsera de hilo que llevo en el tobillo; con dos piedras me la cortan y yo se la regalo. Ella sonríe y me lo agradece por tres veces. Siento todo con mucha intensidad. Veo estas gentes y comparo con nuestra sociedad y no entiendo hacia dónde vamos. Nos hemos desnaturalizados. Siento que nos hemos perdido y que no hay marcha atrás.  Aquí, en cambio, me siento bien. No hay prisas; pregunto la hora y me contestan que es de día. Me río. Me gusta.

 

Hoy vuelvo a estar sola.

Joan Antoni se ha ido con Dimitris a pescar. Yo no puedo acompañarlos ya que ayer me hice varios cortes en el pie. Debo de esperar al menos dos o tres días para que cicatricen bien.

Pero no importa. Disfruto de este momento aquí, escribiendo, sintiendo y pensando que os cuento.

Y mientras tanto, también cruzo dedos para que esta noche, podamos todos disfrutar de una rica cena a base de pescado y langostas.

Besos rodeada de pimientos verdes a  la vinagreta para espantar a todo este mosquero,

Laura

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